miércoles, 24 de febrero de 2010

Tres contra uno

Muy visitada por turistas e historiadores interesados en conocer las Ruinas de Humaitá, esta localidad de Ñeembucú cuenta con atractivos museos que ser formaron con los vetigios de la Guerra de la Triple Alianza (1865 - 1870), hallados en los sitios de combates. Hoy, es tiempo de descubrir el acervo del Museo Privado Don Pilo, de doña Yolanda Verga Viudad de Candia.

A Humaitá llegan muchas visitas. Vienen delegaciones estudiantiles de todo el país, militares brasileños, argentinos, ciudadanos norteamericanos y europeos, deseosos de conocer los vestigios de la Guerra de la Triple Alianza. Sin duda, la Ruina de Humaitá, que  es el resto de la Iglesia de San Borromeo, bombardeada durante meses por la flota aliada, es el símbolo más apreciado por nacionales y extranjeros. Pero, además de ser un sitio histórico ubicado a orillas del Río Paraguay, con un paisaje excepcional para observar, Humaitá tiene algunos museos que exhiben elementos bélicos provenientes de la contienda que involucró a los cuatro países, actuales socios del MERCOSUR: Argentina, Brasil y Uruguay en contra del Paraguay. Uno de los más antiguos es el que pertenece a doña Yolanda Verga viuda de Candia. cuenta que fue su marido, José María Candia, el que inició la recolección de vestigios históricos en la época que ocupaba el puesto de Intendente Municipal.
"Estando en la Intendencia, en 1970, él creo un museo de la Guerra del 70, en conmemoración al centenario de la inmolación del Mariscal López. Y después llevó las cosas al ex cuartel de López; ahí tenía un lindo acervo. Vino don Carlos Pusienieri Scala a asesorar y organizar el museo. Ya en ese tiempo nosotros íbamos comprando partitcularmente los objetos que los campesinos encontraban en la viejas trincheras".
Doña Yolanda se admira de la cantidad de "trofeos" que le ofrecían en la época que empezó con su marido a armar la colección. "Hasta ahora se encuentra de todo. Aparecen monedas de plata, cuartillos, hasta libras esterlinas de oro", advierte con una agradable sonrisa.
Los Candia destinaron un cuarto de su vivienda al museo privado que establecieron décadas atrás. Ahí en las paredes se exhiben fotocopias encuadradas de una serie de artículos publicados en el diario Zero Hora de Porto Alegre (Brasil) sobre el conflicto armado. En uno de los capítulos se ve la foto de Doña Yolanda, bajo el título "La fan de Madama Lynch". "Yo la considero una mujer valiente", asume en relación al reportaje.
Los estantes de su museo exponen gran cantidad de proyectiles de los cuatro países contendientes, restos de las cadenas que atravesaban el río Paraguay para impedir el paso de los barcos brasileños y algunas cruces de hierro forjado que identificaban las tumbas de los soldados enterrados en el cementerio de Paso Pacú. "Una vez se fue mi marido y encontró que le dueño de esas tierras había sacado todas las cruces porque quería utilizar la tierra para chacra. Y entonces rescató lo que pudo".
En el patio, bajo enormes árboles, hay un montículo de hierro. Son esquirlas herrumbradas de los bombardeos que mataron a miles de combatientes y destruyeron la fortificación de Humaritá. Tener a la vista estos vestigios de guerra, indudablemente producen emociones y despiertan sentimientos patrióticos, a juzgar por los escritos plasmados en el libro de visitas que la anfitriona atesora. Y en sus páginas se registran también la presencia de autoridades extranjeras, diplomáticos y visitantes de todo el Paraguay.
¿Y qué representan estos objetos para doña Yolanda? "Son recuerdos de la Guerra de la Triple Alianza que nos quedan como testimonios para mostrar a las nuevas generaciones el sacrificio de nuestros antepasados. Para que ellos aprendan a valorar su identidad histórica. Conservar esto es mantener viva la memoria de nuestro pueblo".

miércoles, 17 de febrero de 2010

Jorge Salomón Jure

 Un poeta de la vida
Como muchos de sus paisanos, don Jorge Salomón Jure vino de muy lejos y se asentó en Paraguay, en los primeros años del siglo XX. Aquí desarrolló una intensa vida de trabajo y actividad cultural, dejando en alto el nombre y el prestigio de una colectividad conocida tanto por su laboriosidad como por su pragmatismo.

Los primeros años del S. XX, Paraguay, como el resto de los países de América del Sur, conoció de un incesante aluvión inmigratorio: judíos, polacos, ucranianos, españoles, árabes, además de otras nacionalidades que fueron sumándose a la vida paraguaya con el correr de los años.

Desde principios del 1900 muchas fueron las familias de origen árabe –libaneses, sirios, jordanos– que se radicaron en Paraguay. Vinieron, se establecieron y cooperaron con el desarrollo del Paraguay desde distintas actividades. Hoy, muchos de los árabes tienen su prole distribuida por toda la geografía del Paraguay y en el paisaje urbano, llegando a confundirse plenamente con los nacionales, a tal punto que no cabe ninguna distinción entre las diversas nacionalidades que conforman la sociedad paraguaya.

Lo que en un principio eran los “turcos” marginales, dejaron de serlo para integrarse como miembros plenos de la sociedad.

Y efectivamente así fue. Muchos de aquellos “turcos”, como paradójicamente eran conocidos –pues venían huyendo de la dominación turca de sus respectivos países-, hoy son respetables y respetados miembros de la sociedad paraguaya y representantes genuinos de la misma en los más diversos planos.

Importantes empresarios, dirigentes deportivos, diplomáticos y ministros, y hasta el más destacado intérprete de la música paraguaya, son de origen árabe; tal el caso del querido artista Quemil Yambay.

Pero ocupémonos en el día de hoy de un caso particular. El 1 de enero de 1910 desembarcó en el puerto asunceno un joven en la plenitud de su adolescencia. Era para este joven árabe la culminación de un largo viaje desde su Siria natal, donde había nacido en 1893, en Mujhardi. Su nombre: Jorge Salomón Jure.

Dedicó su juventud a la actividad mercantil, como lo hacían la mayoría de sus coterráneos, recorriendo la capital paraguaya, sus suburbios y pueblos vecinos. El ferrocarril le invitó a visitar pueblos lejanos, con su árganas llenas de mercaderías y repletas de esperanzas e ilusiones.

Las polvorientas y trajinadas calles de Paraguarí las acogieron entusiastas. Entonces esta ciudad era un emporio ubicado en un cruce de caminos, donde confluían caravanas de carretas trayendo frutos del país de pueblos vecinos: Itá, Yaguarón, Carapeguá, Acaháy, Ybycuí, Piribebuy, los pueblos del Guairá, etc., que luego eran embarcados en los vagones, que, repletos, los trasladaban, ya a la capital o hacia el sur, rumbo a Buenos Aires, previo paso por Encarnación.

También vivió algunos años en Villeta, entonces importante puerto comercial, hasta que se estableció definitivamente en Piribebuy, donde quedó prendado del paisaje risueño de la ciudad. En ese ambiente idílico, el fuego del amor avivó sus sentimientos y formó una ejemplar familia.

Don Jorge, como era conocido, se hizo piribebuiense. Bajo las sombras de su patio se enfrascaba en largas partidas de ajedrez, o simplemente a disfrutar de las páginas de periódicos, revistas y libros –su otra gran pasión, la lectura–.

Los afanes literarios convirtieron a don Jorge en un activo promotor cultural. Publicó numerosas obras en verso y en prosa, desperdigados en periódicos y revistas. También cultivó la teosofía y la amistad de importantes referentes de esa corriente, como José María Marsal y Viriato Díaz Pérez, además de otros importantes nombres del mundo cultural de Paraguay.

Cargado de años, de hijos y nietos, en 1974, se apagaba su fecunda vida. El 1º de enero de este año,  sus familiares y quienes le conocieron, en un modesto acto realizado en el puerto capitalino, recordaron el centenario de su llegada al Paraguay. 


“Hermano arroyo”

Hermano arroyo,
permite a este mi cuerpo
que se refresque en tus agu
 Verónas,
a este cuerpo, que es un sagrado templo
de mi espíritu, de tu espíritu hermano.

¡Oh tú, divino arroyo!
Que a todo a quien te busca
le colmas de tus gracias, generoso;
sin esperar que te respondan: Sigues

siempre caritativo tu camino
serpenteando entre las praderas,
a veces soñoliento
y otras cantando, cuando te despeñas
contra las rocas mudas
que se hallan a tu paso.

Permite, hermano arroyo,
que sumerja mi cuerpo
en el diáfano cuerpo de tus aguas
y que así confundidos
sintamos la hermandad en cuerpo y alma.  

Fuente: ABC Color.
Basado en la publicación de Luis